jueves, 8 de noviembre de 2007

El fin de todas las guerras

La ira devora nuestras entrañas,
nuestra templanza quedó atrapada
en el silbido de la última bala.
Habrá de ser el ocaso quien certifique
la hora exacta de esta defunción en vida;
funesto doctor,
que toma el pulso escarbando en el barro,
que bebe de las charcas de nuestros anhelos
y que a la eterna resaca de Baco
rinde fervorosa pleitesía.

Ardan por siempre nuestras escamas,
hasta el día en que el humo
exhalado por nuestros cuerpos cubra
el orbe entero,
y nunca más se repita
esta vil pero necesaria contienda.

Entonces,
sólo entonces,
seremos uno con el infinito.

Y volveremos a reír
despreocupados como niños
saltando debajo de la lluvia.

sábado, 4 de agosto de 2007

Escaparemos entre las sombras,
sumergiéndonos en los bajíos,
silentes en las noches de las estepas,
avanzando a través de bosques frondosos,
saltando sobre las piedras del torrente;

correremos sobre los rápidos del río,
ocultándonos tras los juncos de la orilla,
arrancando las espigas de trigo a nuestro paso,
clavando nuestras huellas en las nieves;

volaremos sobre las copas de los árboles,
arrastrándonos por la arena de las orillas,
surcando las dunas del desierto,
escalando las cimas de los montes,
hollando la hierba de los valles.

Quemando, siempre, los campos que atrás dejamos,
para nunca llegar a ningún sitio.

jueves, 29 de marzo de 2007

Asalto

Cruzamos tierra de nadie
y saltamos al foso.
Nos recibe una andanada de fuego, destellos
que barren nuestras filas
entre el estupor del embate y el dulce sabor de la sangre.
Hincamos nuestras bayonetas
en el pecho de nuestros adversarios;
alaridos que nos estremecen,
barro, lluvia y sudor que nos ciegan,
que duran un eterno segundo.
Cesa el ataque.
Auqellas sombras
que parecían ser
cuerpos moribundos y miembros descuartizados
se desvanecen,
al igual que los soldados aliados.
No hay nadie.
La línea enemiga está vacía,
quizá siempre lo estuvo.
Tan sólo un horizonte infinito
plagado
de vacuas trincheras por asaltar.

jueves, 22 de febrero de 2007

Luces

¿Luces?
No, no son balas trazadoras.
Ni destellos de la explosión de una granada perdida.
Tampoco son los reflejos
causados
por la luz de la luna
sobre las crudas alambradas.
Puede que sea el fulgor
de una aparición angelical,
preludio de una muerte rápida e inconsciente.
O tal vez se trate de visiones,
provocadas por el infame gas mostaza.
Quizás resulten ser retazos
de una mañana efímera,
de un fuego infinito,
o el vuelo de una luciérnaga maldita.
Oscuridad y silencio.
Los reclutas encienden sus cigarros
con sus mecheros de yesca
antes de que todo arda
en el inmisericorde infierno.
Prende en trazos el cielo silente
hasta que se rompa la débil tregua.

domingo, 21 de enero de 2007

La fosa

Tomé mi pala.
Al amanecer me ordenaron cavar un foso
tan hondo como me fuera posible.
Comencé a cavar, extrayendo todo el fango,
miembros de soldados sepultados, raíces cubiertas,
sueños olvidados, almas muertas,
cuerpos que un día fueron vida
y ahora sólo eran restos de una inquietud
anónima
enterrada bajo capas de estiércol y años;
abandoné la luz del sol, los ruidos de las explosiones,
me cubrí de tierra y ceniza,
de piedras y fósiles;
llegué hasta donde nunca antes
nadie había llegado en vida,
al reíno oculto de civilizaciones perdidas,
huellas extraviadas de caminantes de otros tiempos,
con sus perfumes de almizcle y azahar,
eras en que la paz y la guerra eran un mismo sonido:
el tenue silencio de la historia
que nos mira y nos juzga.
Tambores de guerra romanos,
vibraciones de arpas celtas,
cantos de princesas musulmanas,
estertores de guerreros godos.
Silentes todos,
me veían cavar sin sosiego,
sin fatiga, con el rostro
traspasado por el ansia
de unirme a ellos y escapar del absurdo.
Crucé el orbe entero
para salir a la misma sucia trinchera.
La mirada del oficial me descubre, complaciente;
la fosa esta cavada, señor,
los muertos de otros tiempos nos esperan;
su mesa esta servida para nosotros,
y saben que pronto nos uniremos a su eterna velada.
En la que podremos ver a nuestros vástagos
cavar hasta el fin de los tiempos,
cuando ya no quede nadie
para hacer la guerra.

jueves, 11 de enero de 2007

Mi espejo

Observo a mi compañero de trinchera.
Quizás algún día, lozano,
fue un joven altivo,
de los que rondan las calles con el brillo
de la vida incipiente en sus ojos.
Ahora no es más que una faz avejentada;
carne moribunda, que se arrastra por el fango
a la espera
de una bala salvadora
que mitigue para siempre su suplicio.
Noto como me mira.
Siento como sus pupilas recorren mi semblante,
percibo que es precisamente esto lo que él ve en mí.
Juntos temblamos,
enterrados en vida
en este turbio nicho.
Hermanos de sangre.