domingo, 21 de enero de 2007

La fosa

Tomé mi pala.
Al amanecer me ordenaron cavar un foso
tan hondo como me fuera posible.
Comencé a cavar, extrayendo todo el fango,
miembros de soldados sepultados, raíces cubiertas,
sueños olvidados, almas muertas,
cuerpos que un día fueron vida
y ahora sólo eran restos de una inquietud
anónima
enterrada bajo capas de estiércol y años;
abandoné la luz del sol, los ruidos de las explosiones,
me cubrí de tierra y ceniza,
de piedras y fósiles;
llegué hasta donde nunca antes
nadie había llegado en vida,
al reíno oculto de civilizaciones perdidas,
huellas extraviadas de caminantes de otros tiempos,
con sus perfumes de almizcle y azahar,
eras en que la paz y la guerra eran un mismo sonido:
el tenue silencio de la historia
que nos mira y nos juzga.
Tambores de guerra romanos,
vibraciones de arpas celtas,
cantos de princesas musulmanas,
estertores de guerreros godos.
Silentes todos,
me veían cavar sin sosiego,
sin fatiga, con el rostro
traspasado por el ansia
de unirme a ellos y escapar del absurdo.
Crucé el orbe entero
para salir a la misma sucia trinchera.
La mirada del oficial me descubre, complaciente;
la fosa esta cavada, señor,
los muertos de otros tiempos nos esperan;
su mesa esta servida para nosotros,
y saben que pronto nos uniremos a su eterna velada.
En la que podremos ver a nuestros vástagos
cavar hasta el fin de los tiempos,
cuando ya no quede nadie
para hacer la guerra.

jueves, 11 de enero de 2007

Mi espejo

Observo a mi compañero de trinchera.
Quizás algún día, lozano,
fue un joven altivo,
de los que rondan las calles con el brillo
de la vida incipiente en sus ojos.
Ahora no es más que una faz avejentada;
carne moribunda, que se arrastra por el fango
a la espera
de una bala salvadora
que mitigue para siempre su suplicio.
Noto como me mira.
Siento como sus pupilas recorren mi semblante,
percibo que es precisamente esto lo que él ve en mí.
Juntos temblamos,
enterrados en vida
en este turbio nicho.
Hermanos de sangre.