A veces cesan las andanadas de fuego.
Los morteros callan,
se empiezan a abrir huecos en la niebla y el humo.
Cesa el ruido de las balas, y la sangre
deja de manar por un instante.
Sale el sol.
Ha de ser un espejismo,
debo haber respirado demasiada pólvora,
o directamente me ha reventado un obús encima
y estoy de visita a San Pedro.
La luz me ciega, me quema,
siento su calor en mis mejillas;
y pienso
que nunca jamás me había alegrado tanto
de tener algo tan simple.
Disfruto,
mientras sé que no tardará en llegar el próximo embate.
lunes, 11 de diciembre de 2006
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